Los puentes colgantes modernos se iniciaron en los Estados Unidos en el primer cuarto del siglo XIX, y en Europa se generalizaron en el segundo cuarto del mismo siglo. También se han comentado, al referirnos a los puentes colgantes europeos, los múltiples problemas que tuvieron, y su práctica desaparición a mediados del siglo XIX. En España se tiene noticia de alguna catástrofe memorable, como la del puente de Fraga, en la que hubo 12 víctimas mortales. También se hundieron muchos puentes colgantes por diferentes causas: unos durante la prueba de carga, como la reconstrucción del de Arganda27, otros por fallos de los cables o péndolas, debidos en la mayoría de los casos a la corrosión por oxidación; en otros casos el fallo se debió al descalce de pilas y cimientos, como ocurrió en el primer puente de Arganda, que derribó una crecida del río Jarama en 1858; y en el de Fraga sobre el Cinca, que se hundió dos veces seguidas por esta misma causa. Muchos otros fueron destruidos en las distintas guerras que asolaron nuestro país en el siglo XIX.
El puente siempre ha sido el nudo gordiano de las comunicaciones en momentos de guerra: «si no se pueden defender se vuelan»28, y el puente colgante es especialmente fácil de destruir. Otros ardieron, como el de Dueñas sobre el Pisuerga. Los puentes colgantes del siglo XIX necesitaban una conservación costosa, que normalmente no se hacía. Si en España y en muchos otros países la conservación siempre ha sido deficitaria, durante el siglo XIX lo era más, y sobre todo en los casos en que la conservación se dejaba en manos de los ayuntamientos, cuyo conocimiento de los puentes colgantes era inexistente. Por ejemplo, en 1874 se quejaba el ingeniero A. Borregón de la mala conservación por parte del Ayuntamiento de Dueñas del puente sobre el río Pisuerga29. En realidad, los puentes colgantes de esta generación eran de madera, porque de este material era la plataforma y las vigas de borde que servían de barandillas; y los puentes de madera han sido siempre de poca duración, bien sea por el deterioro propio de la madera, bien sea por el fuego.
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